Páginas ocultas #4

Toca abordar en esta entrega temas inherentes a fenotipos invisibilizados, o cómo la historia oficial –y no tanto− se ha encargado de blanquear colores cobrizos y ascendencias originarias o afroamericanas, en pos de la supremacía blanca europea.

Doctor Chocolate

Bernardino de la Trinidad Rivadavia nació en 1780 en una familia con ancestros africanos. Sin embargo, en el censo de 1810, fue rotulado como blanco. Claramente su trayectoria política fue opuesta a lo esperable de una persona con su herencia afro. Además de crear la Bolsa de Comercio, generar la deuda externa a través del ruinoso empréstito con Baring Brothers, propuso el voto calificado proponiendo en sus fundamentos que −se reputará decente toda persona blanca que se presente vestida de fraque y levita−, negando el voto hasta a los −criados a sueldo, peones jornaleros y soldados de línea−.

A pesar de su evidente esfuerzo por ser hombre de libre comercio y colonial hasta la médula, irónicamente se lo apodaba en la política y la prensa Doctor Chocolate.

 Este personaje inició el camino del país blanco y europeo negador y represor de originarixs, pobres, afrodescendientes y trabajadorxs en favor de los intereses de lo que él denominaba, sin disimulos, clases altas.

Un accidente de la historia

Más allá de si la mamá fue Gregoria Matorras o Rosa Guarú, lo cierto es que el nombre secreto –en clave− de José de San Martín era «el Indio”. En su trayectoria política, desde su comprobada defensa de las culturas originarias naturalizada en su comentario a dos caciques pehuenches –si yo también soy indio− hasta la valorización de lxs afro descendientes con grados militares –Falucho y Cabral son solo dos ejemplos de la larga lista de oficiales patriotas afro descendientes que integraron sus ejércitos−  brilla su visión de pueblo y comunidad en las antípodas de Rivadavia y Pueyrredón, que no dudaban en denominarlo traidor o corrupto en sus intentos de frenar la visión integradora del Indio San Martín y su amigo Artigas. 

Claramente la influencia de San Martín en gente tan disímil como Rosas, Dorrego, Tomás Guido y otros no alcanzó como para evitar que mayoritariamente nos llegara la historia sesgada y oportunista contada por Bartolomé Mitre, donde se lo glorifica como militar a la vez que se lo relativiza como político. 

Por suerte quedaron cartas, artículos y notas en distintas instituciones y museos del mundo que permiten reconstruir la historia de un indispensable a la hora de pensar América morena y Argentina como parte de ella. Sin el Indio San Martín seríamos más colonia aún. Con el Indio San Martín se planta una cultura de confrontación con el poder injusto de lxs ricxs, la que, afortunadamente, sigue hasta nuestros días.

Negro, civil y uruguayo

El compositor y maestro Cayetano Alberto Silva nació en Maldonado, Uruguay, y fue en ese país donde adquirió los primeros conocimientos musicales. Luego se trasladó a Buenos Aires donde pudo estudiar música con más profundidad junto al compositor Pablo Berutti, hasta que fue contratado en Rosario como maestro de la Banda del VII Regimiento de Infantería. Luego, a sus treinta años, lo contrató la Sociedad Italiana de Venado Tuerto para fundar y dirigir un Centro Lírico y enseñar música, tarea por la cual se mudó con su esposa e hijos a esa ciudad. Entre sus composiciones –Curupayty y Tuyuty, dedicadas a la masacre llamada Guerra de la Triple alianza, Marcha de San Genaro, Río Negro− creó una marcha a la que llamó “San Martín” y la dedicó al General Pablo Ricchieri, quien le pidió, unos años después, que le cambiara el nombre por San Lorenzo, ciudad donde se estrenó en 1902 en ocasión de erigirse un monumento a San Martín.

La música del maestro Silva se convirtió en los 100 años siguientes en la marcha militar más interpretada en el mundo, pero Cayetano tuvo que venderle los derechos a un editor porteño –por muy poco dinero− ya que no llegaba con sus trabajos temporales a alimentar a sus ocho hijos. 

Su madre había sido esclava lo cual fue   determinante en las decisiones laborales que fue adoptando respecto a sus empleadores.  Luego de otro fallido intento por mejorar su condición salarial en Mendoza −donde creó otra Banda− regresó a Rosario. El ejército le prometió un grado militar y un sueldo que jamás llegó, y tuvo que tomar un trabajo administrativo en la policía de la ciudad. En 1920 enfermó y murió, y la Policía de Rosario le negó sepultura en el Panteón por ser negro. Pudo ser enterrado gracias a una colecta de músicos amigos. Setenta y siete años después se trasladaron sus restos a Venado Tuerto, donde la casa de residencia de Cayetano es sede del Museo que lleva su nombre así como la Banda Municipal de esa ciudad. 

El corolario de este relato es que, hace una década, buscando con trabajadorxs del Centro de Musicología Carlos Vega, hallamos una Enciclopedia editada en 1936 donde estaba la biografía más completa del Maestro, acompañada por una fotografía en la cual se había “blanqueado” su rostro.

 El fraude histórico y cultural de Lugones, Martínez Zuviría y Franceschi llegaba al colmo de utilizar precarios “Photoshop” para ocultar que el autor del himno del ejército argentino era negro, civil y uruguayo. Un ejército y un poder cultural capaz de negar hasta la verdad histórica del compositor de su Marcha oficial, son capaces de cualquier cosa. Así se demostró en el transcurso del resto del siglo XX.

Dos músicos argentinos

Es muy frecuente escuchar y leer afirmaciones, con distintas intencionalidades, respecto a la ausencia de negros en la Argentina. Lo real es que a mediados del siglo XIX, en ciudades como Buenos Aires, Corrientes, San Miguel de Tucumán, Santiago del Estero, el porcentaje de afro descendientes era enorme. Tan real como que la llamada Generación del 80 tenía entre sus premisas blanquear rápidamente a la población para entonces “progresar” en su idea neo colonial. A esa estrategia contribuyeron tanto pestes como guerras donde se les ofrecía conchabo como líneas de frente de batalla, más la segregación social permanente e indigencia naturalizada. Esta combinación llevó a reducir notoriamente la presencia afro e invisibilizar la que queda. En ese camino cultural es donde hay que sumar la cantidad de mestizxs que niegan en los Censos su parte afro u originaria para poder pertenecer a la sociedad argentina sin ser maltratadxs o discriminadxs negativamente.

El caso de Gabino Ezeiza, guitarrista, compositor y payador nacido en San Telmo a mediados del siglo XIX es muy notable, ya que su influencia en la música argentina proyectada al siglo XX y luego rotulada como Tango y Folklore −como si fueran mundos absolutamente diferentes− es clave. 

Gabino introdujo la milonga en las Payadas, sumándola al estilo y la cifra, y cobró fama por ello en ambas costas rioplatenses. Además reivindicaba públicamente la influencia afro en la música argentina y oriental. El Negro Ezeiza, como solía presentarse, cimentó su prestigio desde la naturalidad con que asumió su condición afro americana. 

Tuvo mucha influencia en quien fuera el más trascendente difusor de lo que hoy se denomina Folklore, que además es el mayor símbolo del tango: Carlos Gardel. Gardel grabó zambas, cuecas, tonadas, gatos, estilos, chacareras, tristes y además, tangos. Llegó a conocer a Gabino de mano del común amigo José Betinotti, payador uruguayo. Gardel nunca fue en realidad un tanguero, sino un músico argentino amplio en su espectro creativo e interpretativo, que abordó el tango en los últimos 17 años de su vida brindándole -al tango canción- el modo de fraseo que ya empleaba en su repertorio “folklórico”. La habanera “Heroico Paysandú” de Gabino Ezeiza brilló en la interpretación del “zorzal” junto a José Razzano.

El otro músico argentino a quien refiero en este caso es Joaquín Mora. Este hijo de padre y madre uruguayxs  −de Paysandú− fue un notable pianista, bandoneonista, compositor y arreglador. Integró diversas agrupaciones, viajó por el mundo con el tango como trabajo y dejó una obra señalada, desde el aspecto musical, como distinta. Los tangos de Joaquín Mora tienen una construcción propia, imposible de confundir. Margarita Gauthier, Mi estrella o Divina son apenas unos pocos ejemplos del aporte del negro Mora (únicamente sus amigos le apodaban así). Su mayor trascendencia popular la obtuvo cuando compartió un trío con Ciriaco Ortiz y Cayetano Puglisi acompañando a Hugo del Carril. Invito a lxs lectorxs a escuchar las versiones instrumentales de Divina y Margarita Gauthier y comprobar lo que, de otro modo, puede parecer una subjetividad.

Joaquín Mora está entre lxs grandes compositorxs argentinxs. No obstante, en el mundo del tango se afirmaba que era panameño, cubano o portorriqueño sencillamente por ese falso sentido común instalado en la sociedad argentina: En este país no hay negros  

Blanqueadxs

El escritor Leopoldo Lugones tenía, por vía paterna, ascendientes afro americanos que le conferían un fenotipo mestizo. Toda su obra y su actividad política y cultural fue, hasta tres años antes de su suicidio, la contracara de esa identidad americana. Colonialidad, fascismo, autoritarismo, ignorancia en cuanto a las creaciones culturales argentinas y latinoamericanas, denostando a lo popular en nombre de lo culto.

La desgracia que implica ser inoculadxs con la cultura oligárquica se puede resumir en Leopoldo Lugones, dado que cuando comenzó a atender las razones de la sangre, a disfrutar de la danza, la música y las milongas, a reconocer lo que había negado en su vida y admitir públicamente esos cambios, comenzó a padecer el asedio de su hijo quien lo amenazó con internarlo por insania.

 Digo desgracia porque ese hijo, Polo Lugones, inventó y puso en práctica la picana eléctrica durante la dictadura de Uriburu. Y digo desgracia porque el moreno Leopoldo eligió el suicidio a los 62 años en un retiro del Delta.

Delicias de la colonialidad.

Ilustraciones: Juleeika

Fotos de archivo: Eduardo Tacconi

16/04/2021

El Chasquido es la revista del Colectivo Barrial Parque Chas.

El colectivo surgió en noviembre del año 2015, en medio de la coyuntura electoral, y decidimos seguir juntos, pensando soluciones y revalorizando la política como instrumento de transformación de la vida cotidiana. Trabajamos en el barrio, atentos al otro. Intentamos dar cuenta de nuestra realidad, analizar, pensar y actuar por fuera del discurso hegemónico de los medios de comunicación. Desde nuestra conformación hicimos ciclos de cine debate, peñas, recolección de material reciclable, charlas, encuentros. Seguimos en acción, nos escuchamos, debatimos, nos redefinimos en cada encuentro. Creemos en nosotros como comunidad. La inteligencia colectiva puede más que cualquier proeza individual. Nos reunimos periódicamente en asambleas abiertas. Estamos a la vuelta de cualquier esquina del barrio.