Siempre, después del “guerariufrom” y de mi respuesta, venía el Maradona. Allá por los ’80, cuando internet para la mayoría de los mortales todavía no era ni siquiera un sueño, cuando se conocía poquitísimo de nuestro país, no había rincón del mundo, por más recóndito que fuera, en que la fórmula no se repitiera.
A lo largo de mi infancia lloré muchas veces con él: de alegría cuando le metimos el gol a los ingleses, primero, y cuando levantamos la copa, después. Pero también de tristeza e impotencia, cuando nos cortaron las piernas. Y ahora lloro una vez más. Sin entender muy bien por qué. Pero lloro. Sin controlarlo, sin buscarlo, sin quererlo. Mi hijo me dice que se murió Maradona y yo pienso que entendió mal, que con sus ocho años seguro entendió mal. Pero no, entendió bien. Se murió Maradona. Y lloro. Sin poder parar, lloro.
Fotos: Vivi Prado (@vivianaprado60)