Juana, una rebelde con causa

La mujer en las luchas emancipatorias de América Latina

Si las mujeres han sido invisibilizadas en la historia, y somos la mitad de la población, hay entonces una mitad de la historia que falta contar. El foco ha sido puesto sobre la figura masculina. Re-enfoquemos entonces los relatos.

Desde la conquista las mujeres no podían ser incluidas en los viajes de los españoles a América, sin embargo, en el viaje del primer adelantado al Río de la Plata, Don Pedro de Mendoza, vinieron mujeres, ya que las capitulaciones que le diera el rey Carlos I decían que debía “fundar e poblar”. Y para poblar hacían falta las damas. Así que aquí vinieron Isabel de Guevara y María Dávila, entre muchas otras. Estas mujeres jugaron un papel muy importante en aquel fuerte inicial que era Buenos Aires. Terminaron salvando a gran parte los hombres de dicho fuerte, asediado por la sífilis y el hambre. Al principio los recién llegados fueron asistidos con viandas por los querandíes que los trataron como a huéspedes, pero como luego aquellos exigieran con soberbia recibir los víveres, pronto la relación fue de hostilidad. El lansquenete Ulrich Schmidl dejó testimonio de aquel tiempo en sus dibujos, donde se ve el fuerte de caña y barro con forma pentagonal, un caballo a medio faenar y tres ahorcados. 

El hombre de aquel contexto era el hombre del Renacimiento, el que se atrevió a la navegación alejándose de las costas impugnando las ideas del terraplanismo. Aquello expresaba un cambio de paradigma del teocentrismo medieval al antropocentrismo que marcaría la historia de la filosofía, la historia del pensamiento. Sin embargo, más que antropocentrismo -entendido éste como una prevalencia de la figura humana en la consideración sobre el universo- se trató de un androcentrismo, es decir, era el varón en el centro.

Un texto, “La fábrica del Cuerpo”, o más exactamente “De Fábrica Humani Corporis”, de Andreas Vesalius, publicado en 1543, nos presenta imágenes de un tratado de anatomía extraordinario. Con dibujos de cuerpos desollados en actitudes vitales. Se los ve allí mostrando su estructura muscular, los órganos internos o el esqueleto. Hay una imagen que resulta ejemplar sobre este androcentrismo, aquella de la sala de disección donde hay un cuerpo que está siendo diseccionado. El cuerpo-objeto es un cuerpo femenino rodeado de hombres que abren el vientre de una mujer, de lo que fuera una mujer. Este cuerpo enseña a la audiencia, predominantemente masculina, los secretos expuestos por el anatomista… Silvia Federici nos dice que la mujer así diseccionada había sido ejecutada. Ella había intentado salvarse con el argumento de su embarazo. Probado que no era tal, se la colgó y fue a la mesa de disección. 

Muchas veces no encontramos a las mujeres en los documentos de las instituciones que articulan el poder político, económico y eclesial, salvo cuando las buscamos entre las transgresoras, las réprobas, las brujas. En América, o mejor dicho en Indo-afro-américa, esta búsqueda de las mujeres gestoras de la historia, es muy reciente. Se las busca a partir de la importancia que fue ganando la historia de la vida privada, la historia de la infancia, o en actuales investigaciones sobre la participación de los sectores populares en las guerras de la independencia. En realidad, al principio se citaban casos de mujeres como si fueran la excepción que confirma la regla. Es decir, Mariquita Sánchez de Thompson o Juana Manso, casi pintorescas. 

En épocas coloniales, la mita que obligaba a los originarios al trabajo en las minas, trabajo que era muchas veces peor que la muerte misma, incluía en los traslados a las esposas e hijos con el propósito de que trabajaran también éstos en las minas, y que ellas hicieran la comida para los varones. 

Pero hablemos ahora de una figura que rompió con todos los estereotipos de mujer de la época, Juana Azurduy. Invito a hacer un ejercicio de imaginación o mejor aún, de abrir interrogantes… 

Nacida en 1780 cerca de Potosí en Toroca, fue criada en un hogar transgresor de padre descendiente de hidalgos, Matías Azurduy, y de una mujer mestiza, Eulalia Bermúdez. Esto nos muestra una familia que no vivió según los presupuestos racistas de la época. Disfrutó poco de sus padres y quedó huérfana a los siete años. Vivió con sus tíos y en la adolescencia transitó unos meses por un colegio de monjas en Chuquisaca. Allí la calificaron de “cobriza”. Se casó en 1805 a los veinticinco años y tuvo cinco hijos, a cuatro de ellos los vio morir de tifus. Participó en los procesos revolucionarios con uniforme y espada o sable, desde 1809, en Chuquisaca y La Paz. Manuel Asencio Padilla, su esposo, peleó junto a ella todas las guerras de guerrillas del norte de Las Provincias Unidas del Río de la Plata. Constituían republiquetas, es decir centros autónomos a cargo de un jefe político-militar. Güemes, San Martín y Belgrano la reconocieron, y éste le dio el grado militar de teniente coronel de las Milicias de los Decididos del Perú.

 Viuda y con su hija menor muy chica, debió solicitar del gobierno de Buenos Aires los recursos mínimos para vivir y para viajar a su tierra de regreso. Había rechazado los intentos de soborno de los enemigos que trataron de ganarla a su favor. Murió a los 82 años pobre y olvidada. 

El ejercicio que sugiero es pensar en esta doble emancipación a través de su lucha. Una, que siempre destacamos, que hace a la emancipación de estas tierras para librarse del dominio español, otra, que hace a su condición de mujer. Es imposible pensar que ella no ha luchado también por una emancipación femenina en un mundo de hombres, hombres que estaban ligados al poder, a todo poder, al poder militar, político eclesiástico, al poder del manejo de las ideas que también estaba relacionado con la iglesia. Por toda esa lucha, que en parte ya tempranamente la llevó a ser expulsada de aquel colegio de monjas, le costó ganar un lugar que fuera reconocido. Parece que el reconocimiento fuera por lo que, en ella, más se parecía al varón, el manejo de armas, ser buen jinete, pelear una guerra. Si bien esto no le resta valor, creo que, a los aspectos ya mencionados de la lucha emancipatoria de Juana, hay que agregarle una tercera, la que hace a su condición de mestiza. Mestiza en un mundo donde ser blanco es ser de primera clase, y ser indio o negro o cualquiera de las mezclas que incluyera estas dos condiciones, era ser de segunda, tercera o cuarta clase. 

Es inmensa entonces, Juana. Es inspiradora, es triste recordar que murió en la pobreza y en total soledad sin haber sido homenajeada por todo lo que había hecho por la causa de la Revolución de Mayo, pero así fue también con otros tantos que sólo dan, apenas, nombre a alguna calle. El ejercicio de la memoria es hoy casi una vacuna a la que no deberíamos resistirnos. Como la que nos previene de los virus que pueden ser letales, la historia nos previene de repetir errores que siempre se llevan las vidas de los y las más pobres. 

Fotografías y collage: Laura Ratto

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