Cuando Dios me sorprendió

Buenos Aires, 1998.

En mi etapa cinéfila vi una película llegada de Irán, un país lejano, absolutamente desconocido para esta parte del culto mundillo occidental.

Por primera vez tomaba contacto con una expresión cultural de ese país ignoto, para mí.

El sabor de las cerezas, del director iraní Abbas Kiarostami ganó la Palma de Oro en 1997 y gracias a eso se hizo un hueco entre la avasallante marea cultural de occidente.

La película, de una narrativa lenta para nuestros cánones hollywoodenses, cuenta la historia de un hombre que recorre en su camioneta inhóspitos arrabales de Teherán buscando un voluntario que lo entierre cuando él concrete su misión de suicidarse.

En una escena, entabla un diálogo con un hombre que cumplía la tarea de sereno en una especie de mina a cielo abierto. Un lugar tórrido, agreste, polvoriento, en medio de la nada, donde apenas sobrevivía la precaria casilla del obrero. 

En un momento de la conversación, en un movimiento fugaz, la cámara encuadra el interior de la casilla y en la despojada pared de adobe hay un afiche de Maradona.

Como varios espectadores quedé boquiabierto y me costó retomar el hilo de la película. Esa imagen que daba vueltas en mi cabeza, me abrió una ventana desde donde pude ver la dimensión planetaria, universal del Diego, que atravesó todas las barreras sociales, culturales, religiosas y étnicas.

Ahí entendí aquello de que Dios está en todas partes.

https://twitter.com/_FilmAgain/status/1331742804272353280

La palabra mágica

Copenhague 1997.

Marco de 10 años, hijo de Laura y como un hijo para mí, asistía a una escuela para extranjeros para aprender el idioma danés.

Laura trabajaba y yo, de visita, me ocupaba de buscar a Marco a la escuela. Ahí conocí a Denis, otro pibe como Marco, pero él estaba exiliado junto a su madre y sus hermanas porque venían de Bosnia que estaba en guerra. Tremenda guerra fratricida que transcurrió en la antigua Yugoslavia en la década del 90.

En los monoblocs eran casi todas mujeres desesperadas con sus hijos, esperando saber algo de sus maridos devorados por la guerra. Una espera insoportable.

Casi todos los días pasábamos a buscar a Denis por su hogar provisorio y nos íbamos a jugar a la pelota a la playa. Sabíamos que esos eran de los pocos momentos felices para él, y su madre nos agradecía con lágrimas en los ojos.

En el fragor del partido, corriendo atrás de la pelota, nuestra pequeña torre de Babel se arremolinaba en un revoltijo coral de expresiones en bosnio, en una media lengua danesa y en mi limitado castellano.

Pero había una palabra, una palabra mágica que a todos nos hermanaba. Una sola.

Maradona.

Foto: Vivi Prado @vivianaprado60

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El Chasquido es la revista del Colectivo Barrial Parque Chas.

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