Yo me pregunto si Parque Chas forma parte de mi vida o si es la historia de mi vida la que viene formando parte de la historia de Parque Chas.
Mi abuela Celsa no era como muchas mujeres de su época, cuando la mayoría trabajaba en sus hogares. Ella había nacido en Ourense, Galicia, España, y vino a la Argentina con algunos de sus hermanos porque lo habían estafado a su padre, al menos eso contaba. Es así que llega a la Argentina, se instala en la cuidad de Tres Arroyos y comienza a trabajar en el hospital de la zona, donde conoce a mi abuelo, también español. Lo atiende como paciente, se enamoran, se casan y vienen a vivir a la capital. En ese momento se enteran que se loteaban terrenos en Parque Chas.
Compran dos terrenos en la calle Gándara y Berlín. La compra de estas tierras tenía la particularidad de que con ella les regalaban ladrillos pero le exigían una serie de pautas a respetar para mantener las características del barrio: “se prohíbe la construcción de casa de madera, zinc u otros materiales inferiores”. El aporte de los ladrillos facilitó la construcción de la vivienda de los abuelos. Lo primero fue una pieza, cocina y baño, con la intención de ir ampliando paulatinamente. En esta casa nacieron sus 3 hijos: Esther, Amelia y Pepe.
… los compradores tendrán derecho a solicitar de 10 a treinta mil ladrillos por lotes…
Mi abuela trabajaba en el hospital Tornú, que para ese entonces era para enfermos de tuberculosis. Cuando ella volvía del trabajo, tenía mucho más protocolo que el que nosotros usamos hoy para el coronavirus. Dejaba sus zapatos en la entrada, se lavaba muy bien las manos, luego se debía bañar y ponía hervir su ropa en una olla enorme. Todo esto no lo vi, pero me lo fui enterando por mi mamá.
Cuando ella volvía del trabajo, tenía mucho más protocolo que el que nosotros usamos hoy para el coronavirus…
Con el salario de enfermera de la abuela y el de motormen de la Anglo de mi abuelo, pudieron terminar su casa y educaron a sus hijos. En medio de esta historia, el abuelo perdió su trabajo en los ferrocarriles cuando se adhirió a un paro y, a la calle. No sé el año pero si sé que, a partir de ahí, compró un studebaker y fue taxista el resto de sus días.
Volvamos a la casa de Parque Chas: recuerdo su patio enorme con sus tres o cuatro parras de uva chinche con sus hojas grandes que nos hacían de toldo y nos daban sombra y frescura en el verano. Abajo de la parra, pasábamos las fiestas más divertidas de Navidad y Año Nuevo. Esa parra albergaba a toda la familia, tíos primos, nietos, nueras, etc.
La calle Gándara tenía su magia, noches de verano con horas de patroncito de la vereda y escondidas. Los abuelos sentados en la puerta en sus sillitas materas. Cuando la abuela se jubiló, me llevaba casi todas las tardes a la placita del Trébol, sin dejar de pasar por el almacén de don Manolo para comprar algo que a mí me gustara. La recuerdo sentadita mirándome mientras yo me divertía en los juegos. Hamacas para los más chicos enfrentadas con las hamacas para los más grandes, un tobogán y la calesita. La cancha de fútbol y de básquet era de cemento con sus correspondientes aros, que hacían a la vez de trepadora.
Recuerdo su patio enorme con sus tres o cuatro parras de uva chinche con sus hojas grandes que nos hacían de toldo y nos daban sombra y frescura en el verano.
Recuerdo como algo terrible el día en que me dicen que nos íbamos a mudar e irnos de la casa, ¡como llore! En realidad, nos mudamos a la vuelta en la calle Berlín y Avalos, cerca de donde también vivían mis tíos.
Así que mucho no cambió, y toda la historia se continuó construyendo en el barrio, donde todas las tardes volvía a la casa de mi abuela que me esperaba con «un paquete de galletitas Champagne y una Coca chica», especial para sus nietos.
Parque Chas, 17 de Febrero de 2021