Pasan tres chicos.
El de la remera de Luz Belito sostiene una bochita de faso
con la mano izquierda y lo pica con su mano derecha mientras camina,
se ríe y conversa.
Prestancia y juventud.
Rosa me pide upa.
Yo escribo en el celular desesperada por el momento,
el estar ahí de los objetos, la acción de lo inerte.
Las cosas son pero saben escaparse.
Enfrente pasa un perro rengo y viejo. Es hermoso.
Prestancia otra vez. Lo roto se impone.
Una señora de malla entera y pareo sale
a tirar su basura y al abrir el container encuentra
a un cartonero adentro. Se ríe y le pide disculpas.
El cartonero no se ríe pero le dice que está todo bien.
Su carro impide el paso de un camión.
El camionero se ofusca. El cartonero también.
Sale del container, mueve el carro y le deja paso.
El camión pasa. El cartonero vuelve al container de basura.
El ruido de la chapa puede oírse ahogado por el motor del camión.
Rosa me pide ir a otro juego. Accedo.
La plaza está mojada: recién llovió y dicen que seguirá por unos días.
El chico de la remera de Luz Belito patea la pelota con desgano.
Está junto a una chica hermosa y un amigo que llega en su moto de delivery.
Tosen y se ríen fuerte.
Juventud, divino tesoro.
Rosa se queda descalza a pesar de que le ordeno que no lo haga.
La rebeldía es su mejor flor.
Todo indica que en un rato va a volver a llover.
Me llegan mensajes al celular.
Que van a reprimir a los trabajadores de Cresta Roja
y van a cerrar un centro cultural. Todavía no llueve.
El cielo pesa, no es metáfora.