El desconcierto que nos generó la pandemia abre discusiones y posibles horizontes para pensarnos como sujetos y como parte de procesos colectivos.
Inmersos en la Incertidumbre
La pandemia ha causado un golpe al sentido común vigente hasta hace poco menos de un año.
Somos testigos y protagonistas de la modificación de una manera de estar en el mundo, del modo de transcurrir nuestras vidas. Han cambiado, vertiginosamente, las circunstancias de la humanidad.
Un gran desconcierto ha sobrevenido frente a esta plaga que pone en vilo nuestra capacidad anticipatoria. Al pensar sobre el futuro, éste se nos aparece encorsetado por la catástrofe, por la imposibilidad.
De pronto se nos confirma con crudeza lo incierto: nunca sabemos, ni sabremos, hacia dónde ni cómo soplará el viento de la Historia humana.
Un virus desafía la omnipotencia de Occidente que, manipulando la vida, ubica a la humana como la especie dominante. Pero resulta que el mundo así llamado “desarrollado” está mostrando carecer de aquello que parecía tener: seguridad y capacidad de cuidados para la salud de sus ciudadanos.
El desconcierto generado por una microscópica criatura de comportamiento aún imprevisible confirma lo que muchos sospechábamos sobre la endeblez del sistema capitalista. Y no necesariamente por las muertes que ocasiona, ya que mortandades y exterminios ha habido siempre: se trata esta vez de la imposibilidad de ejercer el control sobre un microorganismo que viene a poner en jaque proyectos colectivos e individuales.
El desconcierto generado por una microscópica criatura de comportamiento aún imprevisible confirma lo que muchos sospechábamos sobre la endeblez del sistema capitalista
Las secuelas psicológicas de la pandemia
Está claro que tratándose de un fenómeno que nos afecta a todos, cada persona tramitará psíquicamente el impacto de la pandemia de acuerdo a sus marcas subjetivas y a su situación socioeconómica y cultural, entre otras variables.
Como es obvio también, los efectos de la pandemia y el aislamiento repercutirán sobre cada uno según la etapa de la vida en que se encuentre.
En estos meses hemos oído hablar en los medios del sufrimiento de los adultos mayores en relación a los efectos del confinamiento. Sin embargo, se ha hablado bastante menos de quienes son más frágiles ante las exigencias del aislamiento social: los púberes y adolescentes que están en pleno armado de un afuera del escenario familiar, con la necesidad urgente de experimentar de forma progresiva la autonomía personal.
En general, a los adolescentes, el medio escolar y el encuentro con amigos les permiten un relativo equilibrio con el ámbito familiar ya que necesitan poner distancia y guardar secretos respecto a los padres. La convivencia sin afuera posible puede generarles la sensación de ser intrusionados por la mirada de los adultos al estar imposibilitados de sustraerse físicamente del ámbito de convivencia.
El impacto del confinamiento en púberes y adolescentes redunda en la imposibilidad de estar con sus grupos de pares. Esto puede motivar tristeza y ansiedad, que tratan de compensar a través del uso de redes sociales.
Aun así, estar todo el tiempo “viéndose” a través de las pantallas no impide que se sientan solos. Por la etapa evolutiva que atraviesan, necesitan abrazarse, tocarse, saltar con sus pares. La pantalla nunca reemplaza que el contacto con el cuerpo del otro, y sobre todo en la adolescencia.
Cada generación ha encontrado una manera novedosa de responder respecto de las anteriores, esta no será la excepción. Veremos de qué manera estos jóvenes tramitarán esta etapa de des – presencialidad y reconfigurarán el tejido de lo colectivo. Es importante que los adultos los ayudemos, estando disponibles pero siendo muy respetuosos de la intimidad que necesitan construir.
Aun así, estar todo el tiempo “viéndose” a través de las pantallas no impide que se sientan solos. Por la etapa evolutiva que atraviesan, necesitan abrazarse, tocarse, saltar con sus pares.
Implicaciones entre los procesos colectivos y la subjetividad
En marzo de 2020, una gran parte de la humanidad fue arrancada de sus hábitos cotidianos en una interrupción durante la cual la relación con los otros se redujo en gran medida a la virtualidad. De pronto, las personas se pasan más horas consigo mismas.
En esas circunstancias es probable que surjan planteos sobre lo que es la propia existencia, sobre el sentido de aquello que hacemos.
¿Estos efectos en la subjetividad se traducirán en efectos políticos?
Que en medio de esta catástrofe surja un proyecto transformador con una postura ética y emancipatoria no está escrito que deba ocurrir. Pero a la vez nos preguntamos, ¿por qué no? El COVID-19 es un imprevisto que puede ser oportunidad. Oportunidad de desafiar y transformar.
Estamos ahora frente a la evidencia de que aquello que el pequeño y poderoso grupo de los dueños de la riqueza buscan esconder: la economía ES política y las leyes del capital no son inevitables ni naturales.
Es una situación inédita que podría alterar las reglas de la dominación mundial cuestionando la perversidad de la inequidad, ya que la pandemia ha expuesto la falacia del discurso neoliberal que defenestra el rol del Estado protector del bienestar de todos sus ciudadanos.
Lo colectivo está presente en el afrontamiento de esta catástrofe. Una y otra vez comprobamos en el transcurso de estos meses la importancia de las conductas comunitarias: nadie se salva solo, nuestras conductas tienen efectos sobre nuestros semejantes.
La solidaridad, nombrada o no, está presente al cuidarnos: allí también estamos cuidando a los otros. Una vez más, lo personal es político. Quizás la humanidad haga uso de la oportunidad: desplegar nuestra sagacidad esta vez en función del Cuidado. Así, con mayúscula.
El cuidado del otro, el cuidado de sí, armando lazos que nos amparen a todos, en oposición a los estragos producidos por el dominio transhistórico masculino, la irracionalidad de las jerarquías de género, a la de exclusión, a la discriminación. El sistema patriarcal es violento por definición y una posición que se le opone es asumir el compromiso de proteger la vida, cuidar de ella aquí y ahora. Cuidar la vida, la salud de cada persona, decidir que nada puede haber más importante.
Inmersos en la incertidumbre y sin ingenuidad: sabemos que esta pandemia no va a tener un final explícito. Esta pandemia tendrá sus capítulos. Pero si es que llegamos a la salida del desastre, enfrentamos un gran desafío: ¿Cómo evitar que la pérdida de experiencia acumulada, como sucedió en 2001, vuelva a ocurrir? Nadie tiene las respuestas.
Una y otra vez comprobamos en el transcurso de estos meses la importancia de las conductas comunitarias: nadie se salva solo, nuestras conductas tienen efectos sobre nuestros semejantes.
Pero escuchemos al poeta, porque a veces … “donde hay peligro / crece lo que nos salva”.
( Friedrich Hölderin) 1770-1843
Texto: Vivian Berwald: Lic. en Psicología UBA, psicoanalista.
Ilustración: Jimena Morales @la_jimemorales
Parque Chas, 17 de Febrero de 2021