En este segundo capítulo, Eduardo Tacconi sintetiza, a través de algunos ejemplos, cómo las minorías oligárquicas autoerigidas en ilustradas combatieron a las ricas construcciones y lenguajes que, producto de la interculturalidad real generada en nuestro país, eran apropiadas por las mayorías populares. La única verdad es la realidad pero se puede ocultar, disimular o prohibir.
Con el triunfo del unitarismo, la oligarquía diseñó un país culturalmente eurocéntrico y políticamente centralista, con epicentro en la ciudad de Buenos Aires y su puerto. Por otro lado, se daba una combinación de inmigración masiva con migraciones internas, hacia Buenos Aires, ocasionadas por el desarrollo exportador y la consecuente necesidad de mano de obra especializada y necesaria para dichos negocios. Este fenómeno se tradujo en una convivencia natural entre familias italianas, polacas, españolas, criollas, afrodescendientes, mestizos y mestizas, violines, guitarras, acordeones, tambores, lenguas, interlenguas, acentos y sonidos. Entre 1860 y 1915 ingresaron 3.500.000 inmigrantes de 20 naciones o imperios diferentes. No obstante esa diversidad, más del 50 % llegaron de Italia. El poder oligárquico manejaba el país como propio, diseñando y ejecutando edificios, parques y ciudades de estilo europeo y poniendo gobernantes, intendentes, jueces, jueces de paz, siempre pertenecientes a su casta o al menos subordinados y fieles a ella. La discriminación social y racial era la normalidad y cuando la hegemonía oligárquica corría algún riesgo, apelaban a la represión, la cárcel, la expulsión del país —Ley de Residencia—, o directamente al golpe de Estado —J. F. Uriburu 1930—.
El poder oligárquico manejaba el país como propio, diseñando y ejecutando edificios, parques y ciudades de estilo europeo y poniendo gobernantes, intendentes, jueces, jueces de paz, siempre pertenecientes a su casta o al menos subordinados y fieles a ella.
Este segmento social comenzó a temer, allá por el Centenario (1910), que su amada nacionalidad —el Poder, el dinero y su condición semi monárquica— mutara producto de semejante intrusión de múltiples lenguas y culturas, con la ya explícita “contaminación” anarquista, marxista, sindicalista y luchadora. Contextualizando: en 1915, más del 50% de la población de la Ciudad de Buenos Aires eran extranjerxs.
La actitud de la oligarquía fue de combate, invisibilización y/o distorsión de las expresiones culturales que emergían, poderosas, de las barriadas populares y de las masas trabajadoras. El Poder político y cultural fue sumando al antisemitismo existente y la discriminación negativa hacia pobres, indixs y negrxs un antitalianismo rayano en el delirio. Es que, cada vez más, la influencia italiana se hacía sentir, no solo por la tradición de luchas obreras y campesinas que traían consigo, sino por la notoria incidencia en profesiones diversas —la música entre ellas— que contaban a los italianos como principales especialistas.
La actitud de la oligarquía fue de combate, invisibilización y/o distorsión de las expresiones culturales que emergían, poderosas, de las barriadas populares y de las masas trabajadoras
Hoy me voy a referir a tres aspectos de ese combate y distorsión. La negación del Tango como sujeto cultural argentino, la intromisión en los Programas educativos públicos y la prohibición de escribir/editar/publicar cualquier texto que contenga palabras que no estén enmarcadas en la Real Academia Española. Para la oligarquía gobernante seguía siendo la monarquía española una pseudo patria original en la cual refugiarse culturalmente ante el acoso plebeyo, y el Imperio británico, el socio principal de negocios, negociados y endeudamientos apátridas.
Tango que le hiciste mal
El tango rioplatense comenzó a desarrollarse a partir de 1860 tomando como base el ritmo de habanera ya presente en las milongas pampeanas. Era una música ágil, hecha para la danza, heredera de la rítmica afrodescendiente y del modo de pareja enlazada que ya existía en los tambos negros. Se tocaba y bailaba principalmente en “el barro”, que era la zona sur desde el Doque —actual Avellaneda— hasta el puente La Noria, y en todas las zonas de asentamientos de laburantes, migrantes e inmigrantes. El éxito y el ruido que iba produciendo esta nueva música fue generando cada vez más posibilidades de trabajo musical y se fue corriendo también hacia el centro de las ciudades —Buenos Aires y Montevideo— llegando a teatros, comedores y demás sitios de esparcimiento. En 1911, la flamante Banda Municipal de la Ciudad de Buenos Aires dirigida por Antonino Malvagni grabó 70 ¡setenta! tangos. Miren si existía y si se consideraba valiosa y masiva esta música. Sin embargo, en 1915, el cónsul argentino en París Enrique Rodríguez Larreta pronunciaba lo siguiente:
Una ciudad como París, la más delicada y refinada, no podría bailar el tango como la canalla de las pocilgas de Buenos Aires. Es el mismo baile, los mismos gestos, las mismas contorsiones; pero estoy seguro de que las parisienses ponen en todo eso la templanza, la medida que saben poner en todas las cosas y que hace que, para ellas, nada haya imposible… Hay en París por lo menos un salón donde no se baila el tango argentino y ese salón es el de la legación argentina.
Y agregaría, un par de años después:
El tango es en Buenos Aires una danza privativa de las casas de mala fama y de los bodegones de la peor especie. No se baila nunca en los salones de buen tono ni entre personas distinguidas. Para los oídos argentinos la música del tango despierta ideas realmente desagradables.
Claro que hay mucho más material acerca de este señor y su combinación de ignorancia y altanería, pero dejo a lxs lectorxs que busquen e indaguen acerca de las reales capacidades del propietario de la manzana que hoy se denomina Museo Enrique Larreta.
Otro adalid en la batalla contra lo italiano, lo negro y especialmente el tango fue el poeta —bastante moreno, aclaro— Leopoldo Lugones. Su desmesura es realmente apabullante si se contextualiza que era una especie de prócer para la élite cultural porteña.
Extraigo algunas frases de un artículo publicado en La Nación con su firma.
…hay temas imposibles, dada su bajeza, y el tango es uno de ellos […] danza prostituta […] el objeto del tango es describir la obscenidad […] el tango resume la coreografía del burdel, siendo su objeto fundamental el espectáculo pornográfico […] su éxito proviene de ser exótico conducto de lo indecente […] el tango no es un baile nacional, como tampoco la prostitución que lo engendra.
También sostuvo en otra oportunidad, cuando disertaba sobre «La poesía gaucha»:
Nada más distinto de esos tangos mestizos y lúbricos que el suburbio agringado de nuestras ciudades cosmopolitas engendra y esparce por esas tierras a título de danza nacional, cuando no es sino deshonesta mulata engendrada por las contorsiones del negro y por el acordeón maullante de las ‘trattorías’
El poeta rebautizó al tango como reptil de lupanar
Años después Lugones se arrepintió y mudó radicalmente de actitud; aprendió a bailar el tango y disfrutar de esa música. Fue entonces cuando su hijo —Polo Lugones, creador de la picana torturadora— comenzó a perseguirlo y acosarlo intentando internarlo por insanía. Leopoldo Lugones eligió el cianuro.
Hispanidad, obispos y Gardel
A partir del golpe de Estado de 1930, el falangista ultra católico Gustavo Martínez Zuviría fue designado en múltiples cargos que tenían como sujeto a la educación y la cultura argentina. Director de la Biblioteca Nacional, Presidente de la Comisión Nacional de Cultura y finalmente Ministro de Cultura de la dictadura de P. Ramírez. Zuviría utilizaba el seudónimo de Hugo Wast para ejercer la literatura. Este personaje puso al obispo francés Gustavo Franceschi a cargo del diseño de los contenidos educativos de la escuela pública, y juntos diseñaron una ley (no fue tal porque no había congreso funcionando) que prohibió la edición, publicación y divulgación de textos que contuviesen palabras del lunfardo, de alguna lengua originaria o sencillamente que no figurasen en la Real Academia Española. También se prohibió el uso del vos y se lo reemplazó por el tú. Se prohibieron centenares de tangos por contener palabras como cancha, pucho, vieja, junando, che, parlás, entre otros centenares de vocablos considerados obscenos. Los poetas debieron confeccionarle letras cacofónicas a piezas maestras de nuestro cancionero. Zuviría y Franceschi prohibieron llamarle huayno al huayno y se lo reemplazó por carnavalito; yaraví debió rebautizarse como triste.
…diseñaron una ley (no fue tal porque no había congreso funcionando) que prohibió la edición, publicación y divulgación de textos que contuviesen palabras del lunfardo, de alguna lengua originaria o sencillamente que no figurasen en la Real Academia Española.
El vendaval de absurdos desatados por semejante persecución a la música y a la cultura popular argentina se puede sintetizar en la imposición de muchacha que me dejaste en lugar de percanta que me amuraste —“Mi noche triste”—, o cambiar el título del tango “El Ciruja” por el de ¡”El recolector”!, o prohibir el tango “De barro” por contener en su poesía la palabra pucho (vocablo quechua).
Las consecuencias de esta brutal intromisión en la realidad cultural argentina aún están vigentes de muchas maneras, pese a que tal absurdo fue desmantelado por Juan Domingo Perón en 1949. El dúo fascista y falangista Zuviría/Franceschi también instaló la enseñanza obligatoria de catolicismo en nuestras escuelas públicas y esa arbitrariedad duró más tiempo, hasta ser desmontada en función del respeto a la Constitución.
A modo de síntesis, reproduzco parte de lo que Monseñor Gustavo Franceschi escribió en la revista Máscara en 1936 ante la muerte de Carlos Gardel:
“…Gardel empleó toda su inteligencia, que jamás había sido cultivada, que era perseverante pero corrompida, para mejorar sus medios de expresión. No concebía cosa más alta que la que hizo. Nadie ha de recriminarle su escasez de valores perennes; pero es insultar a la Argentina el presentarlo como símbolo acabado de su ideal artístico. No se olvide que el amoralismo simbolizado por un Gardel cualquiera, es anarquía en el sentido más estricto de la palabra. Téngase en cuenta que el desprecio al trabajo normal, al hogar honesto, a la vida pura; el himno a la mujer perdida, al juego, a la borrachera, a la pereza, a la puñalada, es destrucción del edificio social entero”-
En lo que representaba Gardel para Franceschi se puede sintetizar lo que ha representado nuestra música y nuestro lenguaje intercultural para la oligarquía y sus funcionarios: una amenaza para sus valores occidentales y cristianos. La virulencia de las palabras de Larreta, Lugones y Franceschi anticipa y equivale —culturalmente— a las bombas asesinas arrojadas sobre la plaza de mayo en 1955. La oligarquía es enemiga de lo argentino, de lo latinoamericano, de lo mestizo, negro o aborigen, de lo popular, de lo gremial. No simplemente adversaria. Cuando no puede con la hegemonía cultural, apela a las bombas, al terrorismo de Estado o a los golpes de mercado. El enemigo está adentro y es sanguinario. Puede masacrar cultural o carnalmente.