Los carnavales en Berlín eran fantásticos.
Divertidos suena poco. Cuando hablo de Berlín no me refiero a la ciudad germánica, sino a esa calle de círculo completo de mi querido Parque Chas.
Tendría 8, 9, 10 años cuando mi madre me avisaba que ya se estaban acercando los carnavales e inmediatamente yo pensaba «tengo que armarme”, término que hoy me genera rechazo, pero ¡era exactamente lo que yo hacía! Este armarme era de bombitas de agua, buscar el bombero loco del año pasado, los baldes y algún que otro tacho. Para lograr mi cometido de abastecimiento ya tenía ahorrado dinero que me habían dejado los Reyes Magos.
Los paquetes de bombitas los compraba en el kiosco de don Juan en Berlín y Victorica, una especie de drugstore actual. Era perfumería. Se vendían artículos de limpieza, golosinas, librería y equipamiento para el carnaval.
¡Ya con mis bombitas en mano volvía ansiosa a mi casa, esperando el gran acontecimiento! Ese día no era para nada común. Por la mañana mi hermano y yo cargábamos las bombitas y las poníamos en un balde con agua para que no se reventaran. A modo de artillería, teníamos todo listo para cuando llegara la hora.
Recuerdo que entre las 13 y 16 se dormía la siesta como corresponde a todo barrio tranquilo.
A las 16 ya nos poníamos los trajes de baño cual uniformes y empezábamos a mirar por la ventana a ver quién era el valiente que se animaba a salir primero.
A partir de ese momento, comenzaba la «guerra de agua» entre los vecinos de la cuadra.
Empezaban a volar bombitas de vereda a vereda como si fuera una lluvia de meteoritos, pero esta vez, de todos colores. En ese momento en Berlín no se distinguía ni edad ni sexo ni condición social, todo el que estaba en la calle terminaba empapado y cuando ya no había bombitas se sacaban baldes, mangueras y todo lo que pudiera contener agua.
A partir de ese momento, comenzaba la «guerra de agua» entre los vecinos de la cuadra.
Eran días maravillosos que recuerdo con mucha felicidad. Por un lado la emoción de nosotros, los niños, con los preparativos, por otro, las carcajadas de los adultos y los festejos de todos cuando, desde cualquiera de las veredas, algún grande sin anteojos lograba acertar en el blanco.
Y sí, ahora, muchos años después, lo repienso y confirmo: ¡los Carnavales en Berlín eran fantásticos!
Foto de portada: Viviana Prado (@vivianaprado60)