Atraído por la vibración del piso, Chas Có apoyó su oído para medir el tamaño del enemigo y calculó más de 50 huincas a caballo.
Temerario como es, encaró Bucarelli para el norte. Antes de llegar a Monroe se cruzó con dos dioses mal vestidos y con la boca tapada. Entendió la señal: ésta va a ser una mala temporada de caza. Otra vez tendría que malonear para conseguir comida.
Al llegar a la avenida se dispuso a cruzar a nado ese río negro iluminado por estrellas en línea. Sorprendido por la dureza de las aguas, lo cruzó corriendo. Al doblar hacia la vía, la vio y quedó paralizado ante la inmensa serpiente de ojos luminosos.
En el tren, Juan miraba su carrito lleno de productos gracias a la solidaridad de algunos vecinos de Parque Chas. Pensaba en las dos horas que todavía lo separaban de su casa cuando el sacudón de arranque lo obligó a mirar por la ventana. Le pareció ver la silueta de un indio que lo miraba desde la calle. Lo interrumpió el guarda que se acercaba a pedirle el permiso de circulación. Si no lograba convencerlo nuevamente, tendría que bajarse. Sería un drama: en su barrio el hambre le estaba ganado al virus.
Continuará
16/04/2021
Ilustración: Juleeika (@juleiika @casaelefante)