Hay veces en que la vía pública ofrece obstáculos. He aquí un ejemplo de ello.
Hace un tiempo al paisaje de la calle Ávalos al 1400/1500 se le agregaron dos personajes poco agradables, más bien dos adefesios diría mi viejo. Una tiene como nombre de fantasía el de un famoso genial: Picasso.
Debajo del hollín del tránsito, de algún cartel que clama por que lo saquen, descansa inmóvil una van Citroën modelo 2003 con sus cuatro gomas desinfladas a causa del largo hastío con el que carga. Desde hace cinco años, una oblea municipal descolorida anuncia su próxima remoción. “¡No aguanto más!”, parece decir…
Los innumerables reclamos hechos por los vecinos, desde la época presencial, hasta los muchos otros reiterados desde el sitio Web del gobierno de la CABA y de la App para celulares del mismo, la dejaron igual de quietita que el día en que apareció.
Raras cosas se le amontonan por debajo, cuando llueve. Luego desaparecen y aparecen otras en la próxima lluvia; una matita de pasto enraizado en no se sabe qué, fue creciendo sin prisa y sin pausa en el costado interno de su rueda delantera derecha.
De poder decidir sobre esos asuntos, lo haríamos. Son ocasiones en que precisamos que las autoridades preserven los espacios comunes.
Rumores del origen de este vehículo hubo varios. Por lo que se veía en su interior, algún infortunio habría sufrido: parte de su caño de escape y silenciador están acomodados desde los asientos de atrás hasta los de adelante.
Un vecino que tiene buen entrenamiento en lo digital, en el manejo de esas cosas de internet, averiguó por la chapa patente que el dueño vivía por el extremo sur de la provincia de Buenos Aires. Ni con esos datos se pudo hacer nada para que alguien autorizado se la llevara.
El otro caso, se encuentra cruzando la calle. En la vereda impar y en diagonal, hay una combi Renault Trafic que es una calamidad. Ofrece sus gomas bajas y muestra partes oxidadas. Una ventanilla rota o faltante luce un pedazo de harbor colocado como para cubrir el hueco. Habrá sido blanca, pero a primera vista parece gris clarito. Su paragolpes delantero está cada vez más cerca del suelo.
En este caso los rumores no fueron tan lejos: al parecer es de un vecino cercano. Nadie dice bien quién es. Los reclamos fueron hechos con la misma paciencia y perseverancia con las que se hicieron los de la Citroën. Tuvo varias obleas con la parte superior roja, una banda amarilla abajo y en el medio -escritas a mano- las fechas en que se las fueron pegando sobre el parabrisas rajado. Todas fueron arrancadas. Esto parece corroborar que alguien no quiere que se la lleven, porque el funcionario de la Ciudad que lo haga tiene la obligación de entregarla en el depósito judicial correspondiente con ese documento pegado en el parabrisas.
Sabemos que en nuestro barrio ya no hay espacio para estacionar ni los autos de los vecinos frente a sus propias casas. Sin embargo, nuestras dos protagonistas por ahora siguen ahí, con sus figuras perpetuas, como espectros de lo que alguna vez fuera el orgullo de sus propietarios. Yo muchas veces paso distraído y veo solo a una de ellas. Inmediatamente busco la otra y ahí está: componen un mismo cuadro.
Un poco más atrás en el tiempo pasó algo similar: sobre Berlín al 4400, a pocos metros de la plaza Dominguito, un Falcon oxidado se fue degradando hasta que un día no se lo vio más… la gente que pasaba a su lado, parecía no verlo ¿habrá sido a fuerza de ignorarlo que se esfumó, o se escurrió en el asfalto?
Antes del Falcon había aparecido un Peugeot 504, en la vereda de enfrente en la que por esos caprichos del barrio la calle se llama Marsella. Cuando llegó a ese sitio estaba bastante bien cuidado y decían que alguien dormía en él por las noches. Parecía sentarle bien la presencia del Falcon, mientras estuvo tan cerca.
Lentamente empezó a sufrir algún acto vandálico o de rapiña. Un día apareció sin el paragolpes trasero. Después desaparecieron las cuatro ruedas. Terminó hecho un desastre. No hay memoria del día en que se lo llevaron, pero estuvo ahí bastante tiempo.
Sabemos que en nuestro barrio ya no hay espacio para estacionar ni los autos de los vecinos frente a sus propias casas.
Algo especial ocurre con los autos abandonados en el barrio y en la ciudad, en el país tal vez. Aunque son molestos, juntan mugre y agua donde anidan los aedes aegypti, reciben un trato preferencial. La condición jurídica de pertenecer a alguien mediante un título de propiedad, hace al trato asimétrico que reciben en comparación con el que recibe la propia vía pública, que nos pertenece a todos.
Vamos a ver: son objetos irrecuperables… pero no se quiere sentar el precedente de deshonrar a la propiedad privada! En el fondo la cosa no pasa por estos vehículos ya sin valor. El asunto pasa por preservar las posesiones de los poderosos. De ahí la férrea defensa de ese ente jurídico presuntamente superior que pone marco al sentido de nuestras vidas.
No me hago la idea de que un día no estén más, aunque si esto pasara creo que yo los seguiría percibiendo, seguiría viendo sus espectros. Al contrario de lo que ocurría en aquel cuento de Horacio Quiroga en el que los protagonistas habían dejado a medias el mundo material y se encontraban en otra dimensión sin ser percibidos por los seres de este mundo, al que seguían ligados.
Fotos: Antonio Falcao