Una fecha patria puede ser una excusa para un encuentro familiar en casa o el motivo de la reflexión por el sentido de nuestros símbolos de argentinidad. O ambas cosas.
En las fechas patrias suelen colgarse banderas argentinas de los balcones. Se canta el Himno Nacional con pasión y, acto seguido, nos abalanzamos sobre el locro o el asado humeante (los que pueden…). Este intenso fervor patriótico cuyo único contenido tangible es la carne que podemos poner en la parrilla, está muy extendido en ciertos sectores medios y altos de nuestra sociedad.
Pero luego de entrarle al ojo de bife y a la entraña deberíamos preguntarnos dónde flamea orgullosa la bandera argentina, más allá de nuestro balcón. Para tomar un ejemplo, y solo uno, para no atragantarnos con el pechito de cerdo, miremos la región donde opera la empresa Vincentín, hoy objeto de encendidos debates.
Deberíamos preguntarnos dónde flamea orgullosa la bandera argentina
Mientras reponemos el malbec en nuestra copa, les cuento: el bello y amado río Paraná, donde Belgrano creó la bandera, no es nuestro. Desde hace veinticinco años se llama “hidrovía” y lo explota el gigantesco consorcio belga Jan de Nul, asociado convenientemente con un argentino, el empresario radical Gabriel Romero. El 98% de los barcos de carga que circulan son de bandera extranjera.
Los puertos del otrora río Paraná, entre los que está el de San Lorenzo, donde San Martín libró el histórico combate, tampoco son nuestros: están usufructuados por multinacionales varias. Ahí vemos flamear banderas norteamericanas (Cargill, Bunge), banderas francesas (Dreyfus), banderas inglesas y suizas (Glencore), banderas chinas (Cofco) y la bandera de Vicentín asociada con multinacionales inglesas, suizas y alemanas.
Toda esa región, altamente productiva y que alguna vez gestionó el Estado argentino, está explotada por banderas extranjeras. Como consecuencia de esto es que, de los 25.000 millones de dólares que factura anualmente el complejo agroexportador, poco y nada queda en nuestro país.
Toda esa región, que alguna vez gestionó el Estado argentino, está explotada por banderas extranjeras
Terminando de saborear el último bocado de bife de chorizo y mirando de reojo cómo se aproximan los postres, comprobamos que la bandera argentina no solo no flamea en nuestras Islas Malvinas, tampoco acá nomás.
A esta situación hay que sumarle que todas estas empresas multinacionales, junto a sus socios argentinos, hacen uso de una sofisticada ingeniería financiera para evadir impuestos, sub facturar exportaciones, contrabandear miles de toneladas de granos y fugar millones de dólares a guaridas fiscales en EEUU, Europa y Centroamérica. Todo ello habla del alto grado de corrupción en las grandes empresas privadas, como lo está demostrando el caso Vincentín.
Al borde de la implosión, luego del último bocado de chocotorta, y buscando desesperadamente una cama donde desplomarnos a digerir semejante ingesta y dormir la mona, nos preguntamos: ¿qué significa para nosotros ese trozo de tela celeste y blanco que colgamos displicentemente en el balcón, en vísperas de una fecha patria?
«Es de necesidad poner los medios para que puedan entrar al orden de sociedad los que ahora casi se avergüenzan de presentarse ante sus conciudadanos por su desnudez y miseria, y esto lo hemos de conseguir si se les dan propiedades (…), que se podría obligar a la venta de los terrenos, que no se cultivan, al menos en una mitad, si en un tiempo dado no se hacían las plantaciones por los propietarios; y mucho más se les debería obligar a los que tienen sus tierras enteramente desocupadas, y están colinderas con nuestras poblaciones de campaña, cuyos habitadores están rodeados de grandes propietarios y no tienen ni en común ni en particular ninguna de las gracias que les concede la ley: motivo porque no adelantan».
Manuel Belgrano
Foto: Vivi Prado (@vivianaprado60)
Ilustración: Juleeika (@juleeika @casaelefante)