Hijo noble de una casta desaparecida, Chas Có, el cacique anarco. Se negó al tratado que el Tte. Gral. Benjamín Victorica, firmó con casi la totalidad de las tribus de sus pagos.
Sin correlación de fuerzas que lo banquen, con una tropa alineada a intereses más mezquinos, como comer y tener un toldo donde pasar el invierno, se lanza solo al desierto, a perderse ahí sin más compañía que su poncho y su vincha de telar.
Camina varios soles y lunas hasta que, medio vencido por el cansancio, el hambre y la soledad, cae en un pozo.
Queda atrapado entre las aguas subterráneas del arroyo Ballivian. Lucha al principio para no ser arrastrado por la corriente. Extenuado se está entregando y, en un último acto de conciencia, estira un brazo. Se toma de unas raíces y trepa a la superficie.
El instinto lo lleva hasta una pequeña luz, empuja la tapa de fundición y aparece en la esquina de Ginebra y La Internacional en el año de la Pandemia.
El desierto, la cacería de guanacos y ñandúes le enseñaron a ser invisible de día y silencioso de noche. Así empieza a deambular por las laberínticas calles de Parque Chas, convencido de haber muerto y estar en el Yamnago, morada de los dioses Pampa.
Continuará…
Ilustración de Juleeika: @juleeika @casaelefante