Con la iniciativa de ponerle el nombre de Esther Balestrino de Careaga a una calle de Parque Chas se nombra y se honra la vida de las Madres de Plaza de Mayo y de las y los 30.000 detenidas y detenidos desaparecidos.
Las vivencias de la historia familiar se imprimen en el cuerpo y el alma de las personas como huellas imborrables. Y esas resonancias que portamos en nuestras vidas −algunas de ellas insondables−, cobran, de tanto en tanto, singular sentido. Es ése el caso a partir de la iniciativa de nombrar la calle Gándara, de Parque Chas, con el nombre de Esther Balestrino de Careaga.
Hace tiempo que los vecinos de ese querido barrio vienen trabajando incansablemente por la memoria de nuestras y nuestros 30 mil, a través de diversas y enriquecedoras iniciativas. Una de ellas es traer la presencia permanente de esas ausencias, con sus nombres que brotan en las hojas de los árboles, con sus historias de vida en la voz de sus seres queridos, resignificando sus pasos en las baldosas que interpelan al caminante, plasmando sus imágenes en los muros desde donde sus miradas nos abrazan.
El ser no se define como una pura identidad sino como un sinnúmero de identificaciones. Por eso si uno se preguntara: ¿Quién es Esther? Uno podría decir mujer, madre, profesional, luchadora, militante de la vida. Y sí, todo eso y tantas otras cosas más que, en el intento de nombrarlas, no podríamos cubrir la historia de su vida. Y Esther fue también una de las fundadoras de Madres de Plaza de Mayo –destino que signó su vida aún antes de serlo−; y vecina de Parque Chas –condición que nos trae su remembranza hoy acá, en esta trama−.
Aquí vivió con su compañero de toda la vida, vio crecer a sus hijas y abrió amorosamente las puertas de nuestra casa de Hamburgo y Copenhague a toda persona que necesitara del más mínimo gesto solidario. Jóvenes y adultos, perseguidas y perseguidos políticos, eran recibidos generosamente, como diría Raimundo “sin ningún gesto que nublara su cordialidad” para sumar un plato a “esa mesa llena siempre de comensales donde se discurría sobre los más altos y nobles valores de la vida”.
En ese ambiente de puertas abiertas nos criamos, donde la calle del pasaje que nos vio nacer podía convertirse en una cancha de pelota-paleta, el pavimento en la pizarra donde se dibujaba la rayuela, y el barrio todo en una pista de ciclismo. Caminamos tanto por esas veredas. A veces sacando las sillas a la puerta de casa, otras llevando salutaciones navideñas y de fin de año, visitando amigas, yendo a la plaza, al Petronila, o a la parada de los colectivos que nos llevarían, conforme íbamos creciendo, a los otros colegios. También desandábamos aprisa esas mismas cuadras después de haber tocado el timbre en alguna casa cercana y salir corriendo, en la única picardía confesable entre las inconfesables.
Puertas adentro, la casa también era refugio como el barrio afuera, y entonces la mesa del living podía convertirse, en su modelo funcional, en carpa abajo y tablero de juegos en la superficie o altar para las misas de la abuela; y la terraza en sede de la pelopincho, en trinchera desde la cual salían las bombitas en carnaval, o en salón de baile donde practicábamos los pasos nuevos –hoy coreografías− de “Música en Libertad”. Es cierto que, entre “los inconfesables”, también podríamos incluir acá las incursiones a la terraza de al lado, a la que accedíamos saltando la medianera, no sin el consabido “me hacés pie”, que pedía al cómplice que, entrecruzando los dedos, armara la plataforma-palanca que nos servía de apoyo para ir a comer las “uvas chinche” de la parra lindante.
Fueron tiempos felices. Recuerdos intactos que atesoraremos para siempre. La tragedia que entonces estaba a la vuelta de la esquina no podía aún empañar esas vivencias. Agazapada en las penumbras, esa sombría noche preparaba la emboscada que llenaría de luto y de pesar miles de hogares en todo el país, hiriendo de muerte y desaparición el suelo argentino.
Y también la casa de Parque Chas fue testigo de la fuerza bruta que allanaba la vida y arrasaba con los ecos de historias, amores, juegos, tertulias, abrazos y besos, sueños y disfraces. La casa de su fachada en ochava, con las ventanitas en donde se escondía la llave para que pudiera entrar el que llegaba primero, la casa laboratorio donde se envasaban las cremas Dra. Careaga, la casa que podía ser toda ella un salón de juegos y la escalera de mármol el lugar para el desfile de marchas y bailes, hacia arriba y hacia abajo fue, también la casa, terreno minado. Como Argentina.
Y el país fue un enorme campo de concentración. Y el terrorismo de Estado la metodología. Y el Proceso de Reorganización Nacional el plan sistemático para aterrorizar a la población. Los delitos de lesa humanidad no atañen solamente a quienes son el blanco directo del horror, lesionan, como su nombre lo indica, a la humanidad toda. Nos conciernen a todos y todas. Y la sociedad argentina se ennobleció con la respuesta más sublime que produjo este país: las Madres de Plaza de Mayo. Si la desaparición puso en juego lo peor de la condición humana, la respuesta que engendró fue su reverso: lo mejor de ella. Por eso las Madres se reconocen paridas por sus hijos e hijas. En la Argentina del terror secuestraron a una joven generación comprometida con la realidad de su tiempo, se apropiaron de sus hijos e hijas y secuestraron a las Madres que les buscaban.
La última Dictadura no fue un hecho aislado, representó una continuidad en la historia de alternancia entre golpes y democracias formales, pero a la vez implicó una ruptura respecto del alcance y magnitud de la represión, y las consecuencias en el plano político, social, económico y cultural. Y esto tuvo efectos inmediatos y los tiene hasta hoy. La expresión más elocuente de ello son los nietos y nietas a quienes aún no les fue restituida su identidad y a quienes las Abuelas siguen buscando acompañadas por la gente de bien.
Esta y otras historias son las que Parque Chas nos cuenta con sus actividades y sus iniciativas. Se repone así, en el contexto del relato y en la impronta de las nuevas generaciones del barrio y de la sociedad, un texto que fue sustraído junto con los cuerpos de aquellas y aquellos a quienes les arrebataron la vida. Los vecinos y vecinas trabajan aquí incansablemente en la defensa de los Derechos Humanos, promoviendo el compromiso y la participación de la gente. Y en las apuestas de restitución del tejido solidario y cultural reconstruyen la trama de esas biografías arrasadas. Rondan las calles circulares de Parque Chas. Circulan, circulan, y traen así a éste, nuestro barrio, las rondas de las Madres. Esther con su nombre, homenajea también a sus queridas compañeras, y nombra y honra la vida y la memoria de nuestros seres queridos.
Fotos: del archivo familiar cedidas por Ana María Careaga
26 de mayo de 2021