A fines de 1938, con 18 años, llegó María de Jesús de Europa. Era sobrina de Antonio a quién no conocía por haber nacido después que este emigrara. Carolina y Antonio la recibieron como una bendición, la ubicaron en una piecita del descanso de la escalera. La sobrina les dio una mano valiosísima en el negocio, inclusive atendía al público.
La vinería andaba muy bien, María tenía un carácter muy comprador, y la gente la prefería para ser atendida. Esto le generó una traza de celos a Carolina, que después serían algo más que celos.
Pasados unos años llegó Adriano al negocio, no parecía venir a comprar, estaba bien vestido… María lo saludó como para atenderlo y… ¿qué le habrá dicho Adriano? Pronto tía Carolina se arrimó como al descuido. Aquella noche hubo sermón para María de Jesús, ella escuchó callada, y al final soltó -Ese hombre lo conoce a usted, tío, y quiere venir a hablarle -. Antonio que se había levantado de la silla, se volvió a sentar y le echó una mirada sesgada, ella se fue temblando a su cama.
Adriano vivía en la misma pensión de Palermo en la que había vivido Antonio, y por aquél paisano en común supo que ella vivía ahí.
Cuando Adriano volvió a verlos ya había mediado un encuentro con el tío, arduamente trabajado por el paisano en cuestión. El punto fue que Antonio estaba en cama, lo recibió Carolina… fue como estrellarse contra un cactus.
Al final se reunieron los tres un sábado a la tarde, charlaron del pueblo del que habían venido, y de los conocidos comunes, y al irse Adriano pudo filtrarle a María un -¡anda que ya voy a volver!- A María se le encendió la cara, Carolina percibió esa reacción, y el resquemor que le tenía se convirtió en hostigamiento. No la dejó continuar sus clases en la primaria nocturna de la Petronila Rodríguez, cada movimiento de María era interpretado como un deseo indecente.
De todos modos pudieron ingeniárselas y se encontraban de a ratos con Adriano, que sin aviso alquiló una pieza en una casa en Marsella frente a la plaza Dominguito y a principios de 1947 les comunicaron a los tíos que se iban a casar: los ruines argumentos de éstos en oposición al casamiento pusieron en jaque a la relación.
En fin… el hecho de que “no se la iba a llevar tan lejos” y la disposición conciliadora de María de Jesús posibilitaron una tregua digna para todos.
Tuvieron dos hijos. Cuando el mayor tuvo dos años y el menor uno, se les hizo difícil seguir viviendo en la pieza. Habían juntado algo de dinero como para comprar una casa que tenía dos habitaciones, un baño y un fogón. Era en Urquiza, en Manuela Pedraza y Acha, frente a unos baldíos. Adriano y María vivirían en su propia casa. Pero para María se inició un nuevo extrañamiento. Añoraba Parque Chas como a su propio pueblo. En ese barrio ella era una chica querida por todos. Si bien ahí la habían explotado sus propios tíos, ella había recibido el cariño de toda la gente que entraba al negocio. Los clientes seguían preguntando por María y eso a tía Carolina le hacía saltar la térmica.
Al poco tiempo la vinería se cerró, en realidad a ellos ya no les hacía falta como medio de vida.
Quince años después María de Jesús y familia volvieron a Parque Chas, a una casa pegada a la que había sido la Vinería. Para ella fue como volver a su pueblo natal.
Muchos años después, Adriano, viejo y viudo, le fue contando a su hijo menor anécdotas que rondaban aquel primer encuentro breve y central con María. Y muchas otras, que iban hacia atrás y adelante en el tiempo que ya había vivido.
Montaje de portada: Vivi Prado
Fotos: gentileza de Antonio Falcao