Uno es lo que come, pero más aún, lo que planta. En este artículo, María Julia cuenta cómo hizo su huerta urbana, de dónde vinieron sus ganas y sobre los tomates criollos.
Nací y me crié en este barrio donde las puertas de calle se cerraban a la hora de ir a dormir, sin llave y algunas quedaban abiertas de par en par. La particularidad de muchas de estas casas era tener un jardín con árboles frutales: nísperos, moras, limoneros e higueras.
Sus galerías y patios cubiertos de parras de distintas variedades que daban fruto y sombra a la vez. Otras tenían, en los fondos de sus casas, quintas improvisadas donde se sembraban varias verduras y hortalizas: tomate, lechuga, espinaca, arvejas, porotos, mucho perejil… Y hasta plantaban aromáticas como orégano y tomillo en improvisados recipientes, que iban desde ollas viejas hasta fuentones de zinc. Esas mismas cosechas se compartían y se esperaban con muchas ansias entre los vecinos de la cuadra, las repartían en bolsitas de papel con el mismo peso y cantidad para todos.
Los más osados (incluidos nosotros) tenían hasta gallineros en sus terrazas.
Me interesó seguir con la tradición familiar de cultivar
Por estos recuerdos vividos en mi propia casa, me interesó volver a las raíces y seguir con la tradición familiar de poder cultivar y consumir mis propios alimentos libres de agrotóxicos y herbicidas. Por eso me inscribí en la Tecnicatura de Producción Vegetal Orgánica de la Facultad de Agronomía. Es un lugar al que tengo mucho cariño, ya que desde chica pude disfrutar de sus predios y nunca dejé de recorrerla. Por eso, con más orgullo aún, agradezco que sea Agronomía la que —ya de grande— me diera los conocimientos para poder conectarme de nuevo con las bondades que nos da la tierra.
Por estos mismos recuerdos vividos en mi propia casa, me interesó volver a las raíces y seguir con la tradición familiar de poder cultivar y consumir mis propios alimentos libres de agrotóxicos y herbicidas.
Me parece importante que, además de poder sembrar, podamos hacer nuestro propio compost. Un 50% de los residuos compostables se generan en nuestra casa. No necesitamos tener un gran espacio ni un jardín, para eso. Todo lo que precisamos está a nuestro alcance. Solo hay que asignarle un recipiente. En él podemos colocar restos húmedos, trozados de frutas y verduras y estructurante como materiales secos, hojas secas, césped seco, restos de podas y jardinería secos, cartón trozado. Esto le aporta un equilibrio en su humedad. El compost es un sustrato que aporta muchos nutrientes que sirven para alimentar a nuestras plantas. Además tiene capacidades físicas muy beneficiosas: retiene humedad, es esponjoso, y ofrece buen drenaje. De esta forma podemos ayudar reduciendo nuestros desechos y a la vez, lograr que los nutrientes que vienen de la tierra puedan volver a la tierra, y se beneficien de ella.
Al rescate del tomate criollo
Una historia que quisiera compartir: tuve la suerte de poder participar en el proyecto llamado «al rescate del tomate criollo». Lo realiza Bioleft. Es una comunidad que construye una red de intercambio y mejoramiento de semillas abiertas para ofrecer soluciones alternativas a los desafíos de la agricultura. El proyecto consta de reunir semillas de tomates de distintas variedades y regiones del país. El objetivo es fomentar la distribución de las semillas y poder preservar sus distintas variedades, muchas de ellas cultivadas por los pueblos originarios. Además, realizan un seguimiento a quienes les otorgan las semillas. Se debe informar la trazabilidad de la planta a lo largo de su crecimiento hasta la obtención de su fruto. De esta forma se ayuda a verificar si las semillas obtenidas de las distintas regiones del país se pueden adaptar correctamente al cultivo en la ciudad. Al finalizar, las semillas obtenidas de nuestra propia cosecha deben ser distribuidas a otras personas para asegurar su preservación y no perder su descendencia.
El proyecto consta de reunir semillas de tomates de distintas variedades y regiones del país. El objetivo es fomentar la distribución de las semillas y poder preservar sus distintas variedades, muchas de ellas cultivadas por los pueblos originarios.
Fotos: Paula Figueroa (@paula_figueroa_dg), María Julia Ivani.
Foto de portada: Freepick