Una mañana de noviembre tuvimos la curiosidad y allí fuimos. La misión: entender de qué se trataban las Huertas Urbanas. La primera sorpresa la tenemos en una calle del barrio de Chacarita: allí coloridas cubiertas de neumáticos alojan variedad de vegetales. Dos tachos enormes anuncian: compostera.
Tocamos el timbre. Nos invitan a subir mientras nos anticipan: “Carlos está en un vivo”. Entramos. Efectivamente Carlos Briganti, en su terraza, está transmitiendo por Instagram. Miramos todo el verde que nos recibe con asombro y en silencio mientras Carlos, celular en mano, explica cómo nutre las tierras en las que siembra. Su hijo Sebastián nos regala un claro gesto para que recorramos todo el espacio.
Se huele un clima de fiesta. Dos jóvenes trabajan en pequeñas macetitas que no son otra cosa que vasos descartables. Todo se nos ofrece vital en esa terraza.
En cuanto nos podemos sentar, huelgan las preguntas. Carlos es un narrador entusiasta, apasionado de su proyecto. Y, a borbotones, nos vamos enterando.
Acá estamos entendiendo el mundo de otra manera
Los jóvenes son voluntarios y forman parte del Colectivo Reciclador Urbano donde están “entendiendo el mundo de otra manera”. Se refiere a la solidaridad como motor del trabajo. El dinero pasa a un segundo plano en este proyecto ya que el único requisito para pertenecer es “ser empático con el otro, con el que más sufre, con aquél que no encuentra su lugar dentro de estas urbanidades”. Vivir con poco, intercambiar, ayudarnos, ser solidarios… son conceptos que atraviesan la charla. En consecuencia, realizan intervenciones en otros barrios, allí van llevando conocimientos y materiales.
El dinero pasa a un segundo plano en este proyecto ya que el único requisito para pertenecer es “ser empático con el otro, con el que más sufre, con aquél que no encuentra su lugar dentro de estas urbanidades”.
Esta es una escuela
Carlos trae saberes de su propia cosecha. Trabajó muchos años en granjas y supo aprender. “Yo vengo de una cultura extensiva”, nos dice. Y ahí captamos la inmensidad de la tarea de adecuación que hace para que los frutos de la tierra tengan su posibilidad en un entorno urbano. Le gusta enseñar (o que los otros aprendan) y eso se nota. Lo pedagógico aflora cuando nos enumera, casi naturalmente, de qué va la cosa en la huerta y cuánto conocimiento se requiere.
¿Qué deberíamos aprender?, nos preguntamos en silencio. Carlos parece adivinar y enumera sin orden: maximizar los espacios, cómo hacer una compostera, repicado, transplantado, cómo curar sin pesticidas.
Este es un lugar de resistencia
Pensar en los espacios públicos como sitios que realmente podrían tener otro fin desafía nuestro interés por su vínculo con las políticas públicas. “Este es un lugar de resistencia… ¿ te tenés que ir al campo? No. Tenemos hectáreas y hectáreas ociosas”, nos dice y pasa a dar ejemplos de espacios podrían que podrían ser aprovechados: terrenos cercanos, algunos concesionados, otros no sabemos.
Mientras vamos construyendo en los barrios, necesitamos una legislación que proteja lo realizado. Por eso el Colectivo y otras organizaciones impulsaron la presentación de una ley sobre huertas públicas agroecológicas.
“Este es un lugar de resistencia… ¿Te tenés que ir al campo? No. Tenemos hectáreas y hectáreas ociosas”
Otras preocupaciones apagan la sonrisa constante de nuestro entrevistado: el sistema productivo y de consumo y cómo estos perjudican nuestra salud y al ambiente. Frente a este sistema que no puede cambiar, Carlos se plantea empezar por algo. Las huertas, su cuidado, el aprovechamiento de sus frutos, el reciclado, es comenzar a resistir. “El primer paso para hacer una revolución es que vos compostes, que dejes de tirar basura y que empieces a producir algo”, nos dice, retomando su pasión por la propuesta.
Esto es una militancia
Preguntado por si es voluntario o militante, Carlos nos dice que para ellos esa definición es indistinta. Porque hay gente que tiene prejuicios con relación al término militante, a veces nombran a los colaboradores como voluntarios. No importa. “Lo que queremos es integrarnos”. Todo el que se acerca a la huerta debe hacer algo, debe trabajar. Esto es una militancia por la vida. Cada uno según lo que pueda, pero siempre sosteniendo una filosofía ligada al buen vivir.
Esto es una militancia por la vida. Cada uno según lo que pueda pero siempre, sosteniendo una filosofía ligada al buen vivir.
Después de agradecer y saludarnos, nos llevamos de regalo un plantín de tomates. Nos llevamos la convicción de que, si no crece y da sus frutos, nos regalarán otro. Hay que perseverar y no es grave si no lo podemos cuidar.
Nos llevamos también el entusiasmo y la promesa de hacer algo juntos en nuestro barrio, con nuestro Colectivo.
Fotos: Paula Figueroa (@paula_figueroa_dg)